Dear Willy,
Ha pasado mucho tiempo desde que he puesto la olla con el agua en la vitrocerámica para que hirviese, y sigo esperando. Realmente no sé por qué, porque el agua ya ha hervido. Quiero decir, ha hervido y se ha evaporado. Y aquí sigo. Como tonta. Esperando para tomar el puto té, perdón, el té; siempre te gustó más.
Dame un par de segundos, voy a calentar más agua.
Ya. Hoy me apetecía especialmente tomar té, porque verás, hace varias semanas que me quedé sin el pequeño colador que sirve para preparar infusiones, y hoy me he comprado uno nuevo (por fin). Coladores de té, qué mariconada. Té, ¿té? pero ¿quién soy? ¿Queen Elizabeth? el otro día estuvimos viendo vídeos de Queen Elizabeth en la universidad, el primer discurso de navidad televisado. En mil novecientos cincuenta y algo. Creo. Y creo que la fecha se escribe así. Nunca supe cómo se escriben los números, si junto o separado. Da igual.
El agua vuelve a hervir, té negro con bergamota para mí. Ya. Y me he quemado la lengua.
¿Y? O sea, y he hecho pis. Cómo, supongo que, todos los seres humanos hoy. Y ayer. Y mañana. O quizás más, joder. Tienes razón, meo mucho.
La media de tazas de té consumidas mundialmente por persona es de cuatro al día, y ¿sabes la de gente que nunca toma té? Y yo bebo tres tés en un mismo día y ya me siento parte de la aristocracia británica.
Vale, ya. Yo no quiero contarle nada de esto a nadie, ni si quiera tengo especial interés en contártelo a ti. Ni tú en saber cuántos tés he bebido hoy, ni la frecuencia de mis orines. ¿Queen Elizabeth? ¿a quién le importa? quiero decir, hoy no me he tomado ni dos tés, ¿sabes? no me siento aristocrática. Ni lo más mínimo.
Pero cada noche suena el teléfono. Tú. Y cada tontería de estas servirá para mantenerte unos segundos más ahí, al otro lado del cable. Eso si no te duermes. O yo. Qué narices. Me encanta dormirme así. Y qué gay me he convertido de repente. Flores, nubes, corazones. Justin Bieber. Algodón de azúcar. Ah, y que me encanta dormirme así. Aunque sea en el suelo, aunque odie sujetar el puto teléfono (perdón, otra vez, por el "puto").
Es gay. Y también es la diferencia entre un aristocrático que se toma cinco tés al día y mi triste té solitario.
Que él va a sentirse mucho más sano, su metabolismo va a funcionar a la velocidad de la luz, las posibilidades de que en un futuro tenga cáncer son menores que las mías, va a retener menos líquidos y sus invitados estarán muchísimo mejor atendidos que los míos. Con teteras de porcelana y cucharas de plata. Seguramente él no tenga un felpudo verde (horrible, por cierto), ni un teléfono no-inalámbrico, ni un hall cutre ni unas mantas llenas de bolitas.
Pero seguramente tampoco sepa que hay algo mucho mejor que todo eso: 9433331...
No tiene ni idea. Jódete puto aristocrático. (por tercera vez, perdón).
Ha pasado mucho tiempo y se me va a enfriar el té. Ha pasado mucho tiempo. Me lo dijo un ticket de tren.
Me enamoré.
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